martes, 24 de marzo de 2015

Candy Crush

Doy vueltas alrededor del Parque Chacabuco: lunes, miércoles y viernes, de 20 a 20.30 horas, en trote constante y sin pausas. Treinta minutos de silencio y humillación deportiva, rodeado de oficinistas obesos que libran sus cruzadas perdidas de antemano contra los triglicéridos altos y de turgentes adolescentes que se fotografían en ropa interior luego de haber transpirado metódicamente con sus calzas color fucsia, pelo atado bien tirante y celulares más inteligentes que mis sobrinos más inteligentes. Corro porque tengo 53 años y estoy casado. Lo hago con una remera de Crucis gastada, un pantalón Nike heredado, medias blancas hasta las rodillas y unas zapatillas deportivas que me regaló mi mujer cuando gané un torneo de padel para veteranos. En realidad salí segundo, pero le dije que había ganado porque me dieron un trofeo. Salgo a correr, pero cuando alguien me pregunta si a mi edad hago actividad física, digo que entreno, porque suena más elegante. Corro por la violencia en Siria, los alimentos transgénicos y porque Luquitas se llevó cuatro materias y para qué carajo le pagamos el colegio privado a este pibe, Silvia, si se la pasa en la compu jugando al Candy Crush. Corro porque el tiempo va en círculos y hacia adelante. Troto y transpiro con olor a colonia barata y la gente advierte mis aureolas adheridas, el pelo revuelto y el cansancio en los ojos siempre puestos al frente. Corro porque dejé a mi novia de los veinte años, y ya pasaron más de veninticinco y a veces me pregunto qué habrá pasado con ella. Treinta minutos de paz y sudor, un sacrificio casi religioso, de tribu perversa, para volver a casa y comer en soledad una milanesa con papas fritas a caballo mientras miro la repetición de un programa de Tinelli. Corro y termino en la misma baldosa en la que comencé a correr.-
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imagen extraída de aquí.-

miércoles, 18 de marzo de 2015

cósmica

No deberíamos volver a cruzarnos: había quedado claro en la última y fatídica charla que mantuvimos hace unos años, mirando el espejo en el techo de un albergue transitorio que nos había recomendado la profesora de yoga de tu papá, pero subestimamos al azar y las casualidades y no hubo forma de esquivarse. Error mediante, sería bueno establecer algún cronograma horario, acordar fiestas a las que no asistir y rutas paralelas por las que andar sin ser abordado por el pánico a otro inesperado encuentro. La Avenida Córdoba es mía, podés quedarte con Santa Fe: sé de tu gusto por las vidrieras adolescentes y la indecisión de las calles doble mano. Ni pienses en la línea A. Te cedo todos los colectivos que van para Retiro, Morón y Caballito. Prometo no transitar por Villa Urquiza, Saavedra y Palermo Soho. Dame Recoleta, Parque Patricios y Flores. De Juramento para allá, es tuyo. Te dolerá no adueñarte de Congreso, pero no voy a privarme de ciertos restaurantes que conocés gracias a mí. En compensación, me excusaré con inexistentes viajes de trabajo para no asistir a ningún cumpleaños en terreno disputado. Las próximas vacaciones las pasaré en el Sur: tomá nota. No iré a ninguna obra de teatro cuyo título comience con una vocal o consonante que figure en tu nombre. Los dos necesitamos la Avenida Corrientes: me mantendré en la vereda par. Si acaso no resultare suficiente esta guía práctica para mantener la paz cósmica y ambos -sin querer- coincidiéramos en el mismo metro cuadrado, evitemos los saludos protocolares y las charlas de ascensor en plena vía púbica: prefiero ahorrarme cualquier rosario de preguntas estúpidas antes de ir a dormir.-
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imagen extraída de aquí.-