lunes, 17 de junio de 2013

lupanar

Quiero a mis amigos y no hay amor más genuino que el de los hombres heterosexuales hacia los hombres de la misma condición. Es un amor sin seducción pánfila ni delicioso histeriqueo. Los quiero aunque esgriman las banderas más vomitadas de la adolescencia, e improvisen agresiones verbales cuando están borrachos, e insistan con despilfarrar sus sueldos para ser Very Important People en un lupanar Very Improbable de Progreso. Los quiero con amor del bueno, pese a que tropiecen con sus ínfulas de nenes bien que no terminan de querer asumirse. Son soberbios, malhumorados, aspiracionales, egoístas. Miden buena parte de sus logros en términos económicos. Libran cada fin de semana todos sus peces al mismo río. Pero los quiero. Y eso que a veces son seres sin memoria. Suelen olvidarse de quienes estuvimos cuando el cáncer estuvo entre nosotros. No recuerdan los hospitales recorridos ni las salas velatorias en las que hicimos bulto, uno frente al otro, tan solo para vernos las caras destruidas. Mis amigos -a los que quiero, claro- también llaman amigos a los eternos compañeros de victorias liliputienses, esos que solo aparecen cuando las luces están encendidas, los que les llaman a ellos con un apodo sofisticado, pergeñado en algún Club House en la periferia de la Buenos Aires más interesada. Quiero a mis amigos aunque estén equivocados y amar a alguien -aún en el error- es la única prueba de que uno siente lo correcto.-
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imagen extraída de aquí.-

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