miércoles, 27 de junio de 2012

guacha


Pusieron rejas en la heladería de mi barrio: es cierto entonces que el mundo se ha vuelto un lugar más violento. Los pibes del paco ya no respetan ni las esquinas en donde mis amigos y yo caíamos con nuestras bicicletas para intercambiar figuritas y molestar a las compañeras de colegio. Alguna que otra vez habremos usufructuado el baño del lugar para masturbarnos o escribir nuestros nombres detrás de las puertas. Ahora no hay ni mingitorios: solo queda una desprolija coreografía de presos detrás de un largo mostrador, son un equipo de mimos vestidos de blanco y que con sus frías sonrisas de mampostería entregan cucuruchos bañados en el pánico que tienen a que un falso cliente saque un fierro y arranque a los tiros luego de exigir la magra recaudación del día.

En invierno, en la esquina de Fray Cayetano y Avellaneda -árida geografía de la Flores más guacha-, ya casi no hay gente decidida en invertir en un helado que bien puede ser la excusa perfecta para más tarde, ocupar una de las habitaciones de los tantos albergues transitorios de segunda y tercera línea que le dan color al barrio donde me crié. Flores tiene eso: telos con códigos -abiertos todos los días del año y siempre al servicio de la trampa oportuna- y una heladería con rejas y empleados que te atienden con un chaleco antibalas debajo del delantal del que comienzan a despegarse las letras que arman la frase emblema de la heladería: "bienvenidos, acá servimos felicidad".-

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