jueves, 3 de mayo de 2012

jogging

Mi problema no es con ella sino con Brigitte Bardot, que es también ella cuando sale a la calle disfrazada de celebrity, de superestrella-encantadora-sexy-brutal para su público mediopelo que nunca la tendrá en la intimidad como sí la tengo yo. Al momento en que llega a casa y la veo lavar los platos y ponerse ese jogging que la vuelve un tanto más mortal, es allí cuando la encuentro como quiero. El resto es una mueca que ella disfruta y yo resisto: las sonrisas cómplices para los onanistas de treinta y pico, la pose ganadora y el discurso prolijo y sensual. Pero conmigo no es así. No en lo cotidiano y nuestro. Mis amigos creen que miento. Me lava los calzoncillos, explico en el bar. Se ríe, la gente: un poco de mí, otro tanto de mi performance -porque ella, Brigitte, el personaje, también creó un personaje para mí; yo mismo soy un personaje ridículo y social-. Yo sé cómo se peina frente al espejo. La he visto llorar contra una camisa que quemó al planchar. Yo soy el que contiene su ira cuando demora el delivery, el que carga los libros que más tarde firmará para sus fans. Es compleja esta vida de lazarillo emocional, pero así como pocos entenderán que es incómodo sacar a pasear a una femme fatale, doy fe de que despojada de su esencia siempre arrolladora es la única mujer que me hace sentir James Dean.-
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(imagen extraída de aquí)