jueves, 8 de marzo de 2012

inglés

Te miro a los ojos, o a lo que creo que son tus ojos, porque en esta sala 3 -butacas 15 y 16, fila J- está muy oscuro y es coherente ya que esa es la lógica del cine: todo apagado, un proyector en lo alto, una pantalla y una mujer hermosa que se ríe de cualquier pelotudez que le pongan enfrente. Y en eso estamos, te reís de algo que no es gracioso -jamás me dio risa ni las morisquetas de los nenes ni el humor inglés con sus exabruptos burgueses y globalizados-, y yo te miro medio como queriendo adivinar dónde están tus ojos si es que siguen en el mismo lugar, si es que todavía son dos, atentos a esta película que es una garcha pero a la que le sonrío porque vos la elegiste, y entonces pongo buena cara, coherente con la imagen de buen pibe que acompaña a una buena piba al cine, que compra y come pochoclo -que siempre es dulce, no lo sometamos a debate-, toma la gaseosa que prefiera la invitada y hasta tendrá la deferencia de elogiar con euforia este bodrio si es que ella se pone de pie para aplaudirle a la interminable lista de créditos. Pero todavía reís, señal de que la película sigue. Extiendo la mano para tocarte la cara y te meto un dedo en el ojo. Gitás ¡ay, pelotudo! Ya no reís, pero al menos sé que tus ojos siguen en el mismo lugar y que mi asiento es cómodo, de felpa, con apoya vasos y el indicado.-
.
.
(imagen extraída de aquí)