lunes, 30 de enero de 2012

Rosario

En espejo con Orilla Sur.-
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 Un affaire con una rosarina: al menos para probar algo nuevo, como quien acepta un trago de vino en cartón de algún extraño que se conoce en el tren, para guardar una anécdota que durante años será caballito de batalla en conversaciones con amigos y amigos de amigos, ¿te contó este tipo la historia de la rosarina? y ahí uno haría su gracia memorable, repetida, ganadora, contar con el mayor de los lujos y la desfachatez el tiro de gracia de un porteñito que cada viernes se hacía hombre al subir a un Chevalier tramposo y de patente clandestina, con olor a sobaco de laburante raso y papeles amuchados en el plush del respaldo con agujeros de cigarrillo, allí sentado en una butaca elegida al azar y a medio destartalarse, las caras de todos los pendejos que zarpan de Retiro en bermudas y ojotas y con el verso ya hecho a los pibes de fútbol, enfilan para la puerta de los albergues transitorios en las inmediaciones del monumento a la bandera, en donde los esperan sus rosarinas perfectitas, todas similares entre ellas, historias de verano que se dilatan al asfalto de la vida real, se sostienen a fuerza de testosterona adolescente y pasajes comprados de apuro en una página de reventas por Internet; entonces, un Chevalier cargado con la mentira de un romance que no funciona, un puñado de romances sin romance con la rosarina que te da bola sólo cuando se alinean los planetas y las estrellas y las bolas de espejos en el único bar respetable que tiene la San Bernardo menos degradada, donde todavía no pegó la yunta más áspera y menos amistosa de la costa atlántica pulenta, y ambos, es decir vos y la rosarina, cayeron ahí de casualidad, convocados por vaya uno a saber qué carajo de fuerza misteriosa, sobrenatural y etílica, y bueno, ella te dio bola, pero aún así es la caprichosa-endiablada-traicionera santafesina que en junio aprovecha el break y te cambia por otro porteñito medio concheto y aventurero que seguro conoce en las vacaciones de invierno en Camboriú o Ibiza o donde a la rosarina se le antoje poner el ojo y poner el tiro y poner su refinadísimo gusto por la obviedad de un bonaerense en cautiverio.-

lunes, 23 de enero de 2012

liquidado

Soñé con vos mientras dormía la siesta.
Hablemos un poquito de tu romántica lucidez al despertarte.
Contame qué soñaste cuando soñaste conmigo. En la siesta.
Así que hay gente que todavía duerme la siesta. Un lujo.
Te tomaste la molestia de invocarme en la cama. Simpático.
Y quiso la elocuencia onírica que fuera en horas de la siesta.
Porque te explico: el sueño de la siesta no es para cualquiera.
Yo no sueño nunca en la siesta. ¡Yo ni siquiera tengo siestas!
Vos parece que tenés siesta y sueño y a mí en tu siesta. Loco.
Me tuviste en tu siesta. Y en la cama de tu casa. Y en verano.
Encendido el ventilador de pie, almohadas pegadas a la cara.
Toldo del patio abierto. Puerta sin llave, en el living un tango.
Las moscas que buscan tu nariz. Grito de un vecino deprimido.
Gol en algún rincón del PH. Golazo y mientras tanto, la siesta.
Soñaste conmigo en la siesta. Gol y te diría, partido liquidado.-
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(imagen extraída de aquí)

lunes, 9 de enero de 2012

solcillonca

Fotografía de la gran Luján Agusti
El texto, publicado en complicidad con Orilla Sur
La soltería del tipo comienza en ese instante en que se detiene frente a la mercería y estudia la posibilidad de comprar no uno ni dos, sino cinco calzoncillos al por mayor en la calle Avellaneda. Esa imagen del hombre estático frente a la vidriera estática, devuelve una escena de violenta e incómoda soledad, que a su vez, tiene su contrapartida en una mujer soltera ya embarcada en la aventura de conseguir descuentos en Groupon para abaratar costos en ropa interior de encaje y cera depilatoria. Así, entre los carritos de la gente que compra para vestirse, el flamante soltero solo atina a ubicar un atuendo que lo deje menos en bolas que antes. Porque ese mismo tipo que saca cuentas para llegar a los cinco calzoncillos que cubren la compra al por mayor, lo que en verdad hace es buscar refugio en un boxer liso o a rayas, sentir la contención genital y emocional de una lonja de algodón elastizada. El calzoncillo viene a sostener la inseguridad de un hombre librado a la selva de las relaciones humanas: un hombre que debe (volver a) enfrentarse a la mirada uróloga del ajeno y al pudor de la vendedora de lencería con trompita y pelotudeces por el estilo, que de mala gana despliega la mercadería sobre el mostrador, y sin sacarse el pucho de la boca, explica que con esta tela no se hacen bolitas en el culo cada vez que los lavás, te dura para siempre, vas a quedar como un duque con las chicas. Y a todo esto, uno que no quiere ni quedar como un duque ni tener una chica ni el consejo sexual de una vieja menopáusica: uno sólo fue a comprar un calzoncillo porque algo se rompió, es cierto, y ese algo parece irreparable, pero también uno sabe que un calzoncillo viene a suplir la función de otro calzoncillo, porque así es la vida acá y en donde ni usan ropa interior.-

NNN.-, en La Hoja de Arena

La Hoja de Arena, revista digital mexicana, se interesó en algunos monólogos escritos aquí mismo hace tiempo, en NadieNuncaNada. Dejo entonces el link y no dejen de investigar la página que está muy buena  http://www.lahojadearena.com/2012/01/monologos/ .-
A su vez, todos los monólogos de NNN.- haciendo clic acá.-