martes, 27 de septiembre de 2011

barítono

La perra quedó quieta frente al empapelado de flores. Respira el aire denso que le devuelve la loza largada por su propia boca entreabierta de donde pende una lengua de lija. La perra está despeinada y ciega: por eso se queda en ningún punto de la pared estúpida, que tiende a los colores cálidos y a mantenerse callada siempre que la perra se le quede con su vista muerta. Ahora la perra despeinada y ciega y virgen ronronea: gárgaras de barítono ahogado, cerradas y relajadas. Su queja es más bien un reflejo doméstico, el último capricho del dueño de casa, que como está solo y no tiene más que una perra despeinada y ciega y virgen y vieja, se le da por festejar el ronroneo de una perra que no debería ronronear porque son los gatos los que ronronean. Hace horas que la perra está frente a la pared, muy cerca de tocarla con el hocico y marcar el empapelado con esos mocos babosos que solo los perros de departamento son capaces de producir. La perra se ubica justo frente a la pared, quizá con la certeza de que está frente a la puerta de casa, aunque no es así (quizá lo intuya). La puerta está a unos metros. El dueño de la perra permanece de pie junto al teléfono gris, y aunque sabe que no sonará, tiene la esperanza de que por lo menos, su perra ladre.-
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(imagen extraída de aquí)

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