lunes, 1 de agosto de 2011

Pinamar

Pinamar en invierno es una ciudad opaca, que pierde el glamour mediopelo -de camioneta cuatro por cuatro polarizada, manejada por adolescentes que escuchan cumbia vintage y toman birra del pico mientras le gritan hueveadas a las pibitas que caminan por Libertador- ganado cada verano. Ese color -colorcito- es una roncha que dura dos meses, y después queda esto: el frío cadáver de una región vestida de centro turístico para el público ABC1 de cabotaje, que no pudo -no quiso, no compró- ser Miami o Punta del Este y llegó a Pinamar, descanso y nostalgia de los dorados noventa.
Los tarjeteros con sus looks supersónicos y el hostigamiento invitacional perfumado de Axe, son cambiados desde el comienzo de julio por el folclore de un puñado de parejas que pasean con sus camperas hasta la nariz. Lo que en enero es un conglomerado de alumnos de secundario privado, cuando baja la temporada es un destino que se achica, con sus negocios cerrados y las persianas bajas. Todo cambia en invierno, hasta la playa.
El viento nos ahorra las bronceadísimas tetas de las MILFs sacadas de un especial de Olmedo, y en su lugar, puebla la costa con jóvenes matrimonios con un hijo que come arena. Debe ser lindo Pinamar en invierno para escaparse de Capital. Tiene ese barniz de reducto tramposo, obligado punto cardinal para visitar con un gato, comer en los coquetos restaurants frente al mar, derrapar fortunas en el casino -apostar un pleno en la ruleta al número que la señorita de minifaldas escoja, perderlo todo-, tomar Bailey's desnudo en la habitación de un hotel con vista al bosque. Debe ser lindo Pinamar en invierno para impresionar a una mujer a la cual no hace falta impresionar.-
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(imagen de NadieNuncaNada.-)

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