martes, 18 de mayo de 2010

orma

Cuando mi abuela te conoció, eras entonces una de las tantas amantes bilardistas que desfilaban por el living de casa. Para qué negarlo: no quiero ser grosero, pero no eras más importante que la mujer que días antes había saludado para luego asegurar que era un enorme gusto conocer a mi abuela, persona gustosa si las hay, cuasi liliputiense de corte carré rubio oxidado y perfume de viuda que casi se acostumbra a vivir sola, a diferencia de mí, que jamás logré desprenderme de mi oso de peluche hasta que tuve la edad suficiente como para dormir con extrañas -y la transición me costó bastante, aún me cuestiono por qué abandoné a mi osito Carlos-. Lo cierto es que mi abuela es una mujer perceptiva: suerte de termómetro a largo plazo, veedora de lujo y acérrima detractora del consumo de drogas por parte de sus nietos. La abuela tiene mucho de abuela. Tiene una casa llena de estampitas de santos que ni conozco, la radio clavada en una emisora de A.M. que transmite en forma ininterrumpida una consecución de conductores de altísimo vuelo fascista, y siempre tiene también un montón de galletitas en la alacena: comida que no consume porque engorda y tiene azúcar y a su edad, ella debe cuidarse. Aparte de diabetes, la abuela tiene buen ojo, y cuando te conoció, vos sin rótulo ni expectativas de llegar a nada conmigo, ella me hizo a un lado de la charla para confesarme a modo de revelación que ¡ay! Ella es la orma de tus zapatos, y yo que ah, dejá de tomar edulcorante, abuela, y ahora que sí, la abuela tenía razón con lo de la orma, y eso que yo siempre tuve el pie plano como la pata de un elefante.-
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(imagen extraída de aquí)

1 comentario:

Fermina dijo...

me encanta!un monton. especialmente cuando le decis lo del edulcorante.
lindo muy muy lindo!