miércoles, 14 de abril de 2010

collas

Sábado a la noche y no sé por qué, detengo el virulento zapping en un canal de cable que transmite la repetición del festival de Cosquín. Sobre un escenario, un conjunto de collas bailan su felicidad televisiva: son un grupo de coloridos hombrecitos demasiado abrigados, que se festejan entre ellos, saltan, sonríen, tocan sicu y charango. Mientras un inexplicable campo magnético impide que cambie de canal, la danza ridícula hace un foco infeccioso en mis tripas desacomodadas, mientras intento dilucidar con quién carajo debés estar cogiendo en el instante en que fantaseo con estrechar un fusil con las rodillas, saborear la punta del cañón y gatillarme la peluca en lo más alto de las sierras cordobesas. Entre un brote de cólera que no admite proporción y una canción que ahora reconozco -Carnavalito: lugar común que fastidia hasta a la pachamama-, aprieto un botón del control remoto para cambiar de canal y no pasa nada. Vuelvo a intentarlo. Nada. Golpeo el control, saco las pilas y pongo las del reloj despertador, pero sigo sin poder cambiar, la transmisión sube muy de a poco el volumen, entonces arruino mi comodidad, me estiro y retuerzo para llegar al televisor y poder cambiar de canal con los pies, pero no se cambia, la tele está poseída, la reputísima televisión está clavada en un canal que nunca quise ver, y ni apagarla puedo, la desconecto y sigue prendida, y siguen también los collas que improvisan una fiesta norteña sin fiesta, y vos que seguís enfiestada con ese pelotudo, y yo acá, sodomizado por las entrañas autóctonas de la cultura popular.-
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(imagen extraída de aquí)

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