miércoles, 14 de octubre de 2009

escotes

¿Qué se le pasó por la cabeza al primer mono -petiso, encorvado, sucio, deforme y que apenas caminaba con los nudillos sobre el suelo de tierra- cuando tomó la decisión de meterse adentro de una mona cualquiera? Es decir, ¿Cómo se le ocurrió? ¿Qué dijeron sus compañeros de caverna? ¿Sos loco vos? Asqueroso, mono chancho, salí de ahí, ¿Qué hacés con esa cosa en la otra cosa? Ni nombre tenían. Y el mono que siguió porque se le había ocurrido que sería una gran idea, un gran juego, y al principio fue objeto de chistes, de críticas, era el mono más estúpido de todo el reino animal, hasta los osos hormigueros se le reían -con lo boludos que son lo osos hormigueros, se sabe-. Y el tipo siguió, las primeras veces pedía perdón, y las monas no se negaban porque de tanto en tanto que algún mono te diera bolilla no estaba del todo mal, los tipos se iban a casar perdices o a chupar aloe vera y las dejaban ahí tiradas a todas las monas, que ni de tejidos podían hablar, ni chismes tenían porque no habían ni peluquerías, ni canales de cable, ni tinturas ni escotes, lo que sí hubo después de un tiempo -después de nueve meses- fue un monito parecido al mono impulsivo, y eso seguro sorprendió a todos: ver que la ocurrencia de un mono aburrido se había convertido en un simio que ahora imitaba al padre -porque los chicos siempre copian a los grandes-, aunque es lógico pensar que aún más les sorprendería a la manada y al mono mismo, descubrir que las cuotas-parte de su curiosidad -su impulso mal visto por la sociedad monística de aquel entonces-, hoy genera altísimos dividendos en la hipotética y despiadada bolsa de valores de las relaciones humanas.-
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(imagen extraída de aquí)

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