Me simpatiza salir a mojarle una oreja al tipo atrevido, saltar muros y cercos ajenos en plena huida de la mediocridad, sonreírle a las mujeres que no bailan, bañarme en las aguas danzantes cuando despiertan los taxistas en sus autos con fragancia floral. Me gusta burlarme de la fortuna del vanidoso, jugar a los dados cada vez que reina el pánico, planificar sobre los techos de paja, especular y desespecular con caramelos de lima y miel. Me cae bien la gente que no confía, los que se confían demasiado y los que sólo confían en mí. De a ratos, tu sentimiento carapintada me sube al patrullero de la incertidumbre, me pasea por la Ciudad cual guía turística que bate sirenas y palos varios, y después me baja, con más chocolate en la cara que consejos para la próxima vez. Esquivo el estereotipo, fantaseo con ser humo, me distraigo cuando escucho el jazz de tus pasos que vienen, y me mareo si se te ocurre acceder. Negame siempre. Cada vez que te pida un round más, tirate al suelo y bancá la cuenta: uno, dos, tres, seis, nueve y entonces sí, pegame un buen trompazo en la nuca que me caben las sorpresas (siempre que te mantengas distante, vas a tener este mismo texto). Yo, desde la lona -sangre que brota del protector bucal, párpados negros, nariz chata- te voy a guiñar un ojo. Tomalo como una invitación a priori. Vos sabrás de lo que hablo.-
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(imagen extraída de aquí)