Temí no reconocerte después de tanto tiempo, pero entonces llegaste con tus aires de modelo Lacoste, con tu porte de seguridad y justificada soberbia, y no lo pude evitar, ni hablarte ni compartir los Bailey's, perfumes, manos, y cuando supe que se venía el beso, te miré a los ojos para buscar algo diferente en vos y entonces tus labios en mi boca, y después te acercaste a mis oídos y me dijiste estás igual que siempre. Estás igual que siempre: genial, espléndida, fantástica. ¡¿Estás igual que siempre?! Ah, no, lo último y lo único que te faltaba. Pero si vos sos el rey de los pelotudos. Preguntale a mi personal trainer si estoy igual que siempre: él seguro está mejor que yo porque cobra la mitad de mi sueldo y me acompaña en cada rutina de dos horas diarias en el gimnasio. Preguntale a mi analista si estoy igual que hace tres años, a mi cirujano plástico, a mi abogado, o a mis pulmones, ¡mis pulmones! privados sin razón alguna de tantas noches de humo y cosas, a mi tránsito rápido, a las ensaladas de frutas, los platos de lechuga, las barras energéticas, las madrugadas de rodillas frente al inodoro, las fajas en el vientre, las píldoras de Reduce Fat Fast y los productos Sprayette para elevar las carnes. La verdad, sos de cuarta, no tenés respeto por nada. Y espero que al menos, después de esto, me lleves a un buen hotel.
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