domingo, 27 de julio de 2008

presidente

Busco en el fondo de la heladera esos dos postrecitos de vainilla y chocolate que vi la semana pasada. Yo a tu edad me comía dos...la rubia y la morocha, dice Robertito mientras me palmea. Giro la cabeza para mirarlo: debería partirle una botella de birra en la quijada, pero para qué, si tiene razón. No entiendo cómo carajo un tipo de un metro veinte pudo haber tenido tanto éxito con las mujeres en su juventud, y aún hoy, de capa caída y retirado de las arenas, jugarle de igual a igual a cualquier persona -de altura razonable- en las reuniones y comidas con amigos. Sé que no miente porque vi las fotos de sus partuzas en Las Toninas. Pero en verdad, no comprendo. Es feo, muy feo, tiene más bien cuerpo de tortuga, la voz de una nena de siete años y el coeficiente de un chico de cuatro. Pero cuando estamos juntos, yo con mi mejor ropa y él no interesa cómo esté vestido, las chicas se acercan y me preguntan ¿quién es tu hermanito? Y entonces el pelotudo de Robertito, que me dobla la edad, pone cara de presidente y extiende su manita para estrechar y acto seguido besar los dedos de las chicas. No sé qué le ven. Encima más de una vez tiene olor a transpiración. Lo único que me queda pensar es que Dios lo ha beneficiado con una virilidad inversamente proporcional a su altura. Por eso digo que Dios le da pan al que no tiene dientes, y le da dientes a todos aquellos que terminan mordiéndote el brazo...
.
.
(imagen extraída de aquí)

No hay comentarios: